sábado, abril 14, 2007

L@s jóvencit@s preguntan:

¿Cómo puedo dejar de lastimarme a propósito?

[“No podía controlar la angustia. Pero un día descubrí algo que sí podía controlar: el dolor físico.” Jennifer, de 20 años.

“Cada vez que me enfadaba, en vez de llorar, me hacía cortes. Luego me sentía mejor.” Jessica, de 17 años.

“Llevo unas dos semanas sin lastimarme. Es mucho tiempo en mi caso, pero creo que nunca lograré dejarlo por completo.”—Jael, de 16 años].

JENNIFER, Jessica y Jael no se conocen, pero tienen mucho en común. Las tres sufren una intensa angustia y las tres la afrontan del mismo modo: todas buscan alivio temporal provocándose lesiones a propósito.

Por raro que parezca, la autolesión —que abarca los cortes y la automutilación— es bastante común entre los adolescentes y adultos jóvenes. El periódico canadiense National Post comenta que este hábito “aterroriza a los padres, desconcierta a los orientadores [escolares] y pone a prueba a los médicos”, y además “amenaza con convertirse en una de las peores adicciones conocidas por la medicina”. ¿Estás tú o algún conocido tuyo esclavizado a esta práctica? Si así es, ¿puedes hacer algo?

Antes de nada, trata de determinar qué te impulsa a lastimarte. Recuerda que cortarte no es una simple muestra de nerviosismo. Por lo general, es una táctica para sobrellevar algún tipo de tensión. La persona que se hace daño a sí misma intenta calmar el dolor emocional causándose dolor físico. Así pues, pregúntate: “¿Qué pretendo al hacerme daño? ¿En qué estoy pensando cuando siento el impulso de cortarme?”. Es posible que cierta situación en tu vida —tal vez relacionada con tu familia o con tus amigos— te esté angustiando.

Claro, hacerse un autoexamen semejante exige mucho valor de tu parte, pero el esfuerzo bien vale la pena. Este suele ser el primer paso para abandonar esa práctica. Con todo, se necesita más que solo averiguar las raíces del problema.

----------------------------
Cuéntaselo a alguien

Si ya has caído presa de este hábito, sería recomendable que se lo contaras a un amigo maduro en quien confíes. Cierto proverbio bíblico dice: “Las preocupaciones no dejan a la gente ser feliz, pero las palabras de aliento le traen alegría” (Proverbios 12:25, La Palabra de Dios para todos). Si le confías tu problema a otra persona, tendrás la posibilidad de oír las palabras consoladoras y amables que necesitas (Proverbios 25:11).

Ahora bien, ¿con quién deberías hablar? Conviene que elijas a alguien mayor que tú, que sea sensato, maduro y compasivo. Afortunadamente, los cristianos cuentan con los ancianos de su congregación que son “como escondite contra el viento y escondrijo contra la tempestad de lluvia, como corrientes de agua en país árido, como la sombra de un peñasco pesado en una tierra agotada” (Isaías 32:2).

Claro está, tal vez te asuste la idea de contarle tu secreto a otra persona. Quizás te pase como a Sara, quien admite: “Al principio me costó confiarle mi problema a alguien. Pensaba que si las personas descubrían cómo era realmente, se alejarían de mí con odio y desprecio”. Pero cuando lo hizo, comprobó por sí misma lo ciertas que son las palabras de Proverbios 18:24: “Existe un amigo más apegado que un hermano”. Sara cuenta: “Los compañeros cristianos maduros con los que hablé nunca me reprocharon nada, dijera lo que les dijera de mi costumbre de lastimarme adrede. En vez de eso, me ofrecían recomendaciones prácticas. Utilizaban la Biblia para razonar conmigo y me consolaban cuando me sentía desanimada y despreciable”.

Nunca subestimes el valor de la oración ni de confiarle tu problema a un ser querido

¿Por qué no le confiesas a alguien que tienes esa costumbre? Si crees que no podrías contárselo a nadie personalmente, intenta hacerlo por carta o por teléfono. Este paso puede suponer un adelanto hacia tu recuperación. Jennifer reconoce lo siguiente: “Lo que más me ayudó fue saber que tenía a alguien que se preocupaba por mí y a quien podía acudir cuando veía todo negro”.[Una forma de aprender a explicar lo que sientes es escribiéndolo de vez en cuando. Los escritores de los salmos bíblicos fueron hombres de intensos sentimientos que supieron expresar con palabras su remordimiento, ira, frustración y tristeza. Tú mismo puedes comprobarlo leyendo los Salmos 6, 13, 42, 55 y 69, entre otros].

--------------------------------
La importancia de la oración

Laura se hallaba en un punto muerto. Por un lado, se daba cuenta de que necesitaba la ayuda de Dios. Pero por otro, creía que él no se la daría hasta que ella dejara de lastimarse a propósito. ¿Cómo salió de esta situación? Algo importante que la ayudó fue meditar en el texto de 1 Crónicas 29:17, donde se llama a Jehová Dios el “examinador del corazón”. “En el fondo del corazón, yo quería dejar de cortarme, y Jehová lo sabía”, relata Laura. “Cuando empecé a orar pidiéndole ayuda, el resultado fue extraordinario. Poco a poco fui cobrando fuerzas.”

El salmista David, quien no tuvo una vida fácil, escribió: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará” (Salmo 55:22). En efecto, Jehová no solo sabe lo que estás sufriendo, sino que, además, “se interesa por [ti]” (1 Pedro 5:7). Si tu propio corazón te condena, recuerda que Dios es “mayor que [tu] corazón y conoce todas las cosas”. En efecto, él comprende por qué te lastimas y por qué te cuesta tanto abandonar esa costumbre (1 Juan 3:19, 20). Pero si te acercas a él en oración y te esfuerzas por dejar de hacerlo, verás como él cumple la siguiente promesa: “Verdaderamente te ayudaré” (Isaías 41:10).

¿Y si sufres una recaída? ¿Significa que has fracasado por completo? ¡Claro que no! Proverbios 24:16 dice: “Puede que el justo caiga hasta siete veces, y ciertamente se levantará”. Aludiendo a este versículo bíblico, Laura admite: “Recaí más de siete veces, pero no me di por vencida”. En su opinión, la persistencia es fundamental. Lo mismo piensa Karen: “Aprendí a ver cada recaída como un pequeño retroceso temporal y no como un fracaso. También comprendí que tenía que comenzar de nuevo tantas veces como fuera necesario”.

[¡¡¡¡CÓMO AYUDAR A QUIENES SE AUTOLESIONAN!!!!]

¿Cómo puedes ayudar a un familiar o a un amigo con este problema? Es probable que esa persona necesite alguien a quien confiarse, así que puedes escucharla con atención. Procura ser “un compañero verdadero [...] nacido para cuando hay angustia” (Proverbios 17:17). Claro, es posible que tu primer impulso sea el de asustarte y exigirle que deje esa práctica de inmediato. Pero haciendo eso lo único que probablemente conseguirás es que se aleje de ti. Por otra parte, se necesita algo más que decirle que abandone esa costumbre. Habrá que buscar el modo de ayudarle a aprender otras formas de afrontar sus problemas (Proverbios 16:23). También tomará tiempo, así que ten paciencia. Como dice la Biblia, sé “lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira” (Santiago 1:19).

Si eres joven, no creas que puedes ayudar a esa persona tú solo. Recuerda que este trastorno puede ser indicio de otro mucho más grave que necesite tratamiento. Además, tal práctica pone en peligro la vida de la persona, por mucho que no pretenda suicidarse. Por tanto, deberías animarla a que le cuente su problema a un adulto maduro que se preocupe por ella.


----------------------------------------------
A veces se necesita otro tipo de ayuda

Jesús reconoció que “los que se hallan mal” ciertamente “necesitan médico” (Marcos 2:17). En muchos casos, tal vez haya que recurrir a un profesional competente para determinar si la práctica de autoagredirse esconde otro tipo de trastorno, y entonces recetar un tratamiento.[A veces la autoagresión es consecuencia de enfermedades como la depresión o algún trastorno de tipo bipolar, obsesivo compulsivo o alimentario. ¡Despertad! no recomienda ningún tratamiento en particular. Es responsabilidad de cada cristiano asegurarse de que su elección armonice con los principios bíblicos].

Jennifer decidió recibir este tipo de ayuda para complementar el apoyo amoroso de los superintendentes, o ancianos, cristianos. “Es cierto que los ancianos no son médicos, pero han sido muy comprensivos —explica—. De vez en cuando todavía me entran muchas ganas de hacerme daño, pero he podido dominarme con la ayuda de Jehová y de la congregación, y con las técnicas que he aprendido para sobrellevar la tensión.”**

Ten la seguridad de que puedes aprender a sobrellevar los problemas de formas más productivas que lastimándote. Haz la misma petición que el salmista: “Fija mis propios pasos sólidamente en tu dicho, y no se enseñoree dominantemente de mí ninguna clase de cosa perjudicial” (Salmo 119:133). Cuando consigas librarte de las garras de esa práctica, sin duda te sentirás satisfecho de ti mismo y recuperarás tu amor propio.



[PARA PENSAR]

Cuando te sientas afligido:

  • ¿Qué puedes hacer en vez de lastimarte?
  • ¿A quién deberías contarle tu costumbre de hacerte daño a propósito?

lunes, abril 09, 2007

L@s jóvencit@s preguntan:

¿Por qué me lastimo a propósito?

[“Los cortes en las muñecas fueron tan serios que tuvieron que darme puntos. Le expliqué al médico que me había cortado con una bombilla eléctrica. No le mentí, pero no le dije que lo había hecho a propósito.”—Sandra, de 23 años.

“Mis padres solo han visto los cortes menos graves, que parecen arañazos. [...] A veces, cuando ven alguno que les extraña, me invento una excusa. [...] No quiero que se enteren.”—Adriana, de 13 años.

“Me provocaba heridas desde los 11 años. Sabía que Dios siente un elevado respeto por el cuerpo humano, pero ni siquiera eso me frenaba.”—Jennifer, de 20 años.]

*
PUEDE que conozcas a alguien como Sandra, Adriana y Jennifer. Quizás sea una compañera de estudios, tu hermana o incluso tú misma. Se calcula que tan solo en Estados Unidos hay millones de personas —en su mayoría jóvenes— que, por ejemplo, se cortan, queman, golpean o arañan la piel a propósito.

[No se debe confundir la autolesión con la perforación corporal ni con el tatuaje. Estas prácticas son motivadas generalmente por una moda pasajera y no tanto por una conducta compulsiva.]

¿Lastimarse deliberadamente uno mismo? En el pasado, muchos hubieran atribuido semejante comportamiento a la influencia de alguna secta o moda extravagante. En la actualidad, sin embargo, se dispone de mucha información acerca del trastorno de la autolesión, el cual incluye los cortes y la automutilación. Y según indican los datos, también ha aumentado el número de afectados. “Todos los médicos concuerdan en que los casos se han incrementado”, declara Michael Hollander, director de un centro estadounidense especializado en el tratamiento de dicho trastorno.

Estas autoagresiones casi nunca son mortales, pero sí son peligrosas. Examinemos, por ejemplo, el caso de Beatriz. “Utilizo hojas de afeitar para cortarme —explica—. Me han hospitalizado en dos ocasiones; una vez me tuvieron que llevar a la sala de emergencias debido a un corte muy grave.” Al igual que otras muchas víctimas de este trastorno, Beatriz continúa de adulta con esta práctica. “Empecé a los 15 años y ahora tengo 30”, confiesa.

¿Sufres tú o algún conocido tuyo el mismo problema? Si así es, no pierdas la esperanza, todavía se puede hacer algo. En el siguiente número de esta revista analizaremos de qué modo es posible ayudar a quienes padecen este trastorno. [ Levítico 19:28 dice: “No deben hacerse cortaduras en su carne por un alma difunta”. Esta costumbre pagana —destinada por lo visto a apaciguar a los dioses que supuestamente tenían autoridad sobre los muertos— no guarda ninguna relación con la práctica de autolesionarse de la que aquí se está hablando] Con todo, antes convendría saber qué tipo de personas lo desarrollan y por qué.

----------------------------
Un perfil muy diverso


Resulta difícil clasificar en un solo grupo a todos los afectados. Unos provienen de familias problemáticas; otros de hogares estables y felices. Mientras que a algunos les va mal en los estudios, hay muchos que son alumnos destacados. Quienes se agreden a sí mismos apenas dan señales de tener un problema, pues no todo el que se siente abrumado por las dificultades lo demuestra. La Biblia dice: “Aun en la risa el corazón puede estar con dolor” (Proverbios 14:13).

Por otro lado, la gravedad de las heridas varía según el caso. Cierto estudio, por ejemplo, reveló que algunos se cortan solo una vez al año; otros, en cambio, llegan a hacerlo dos veces al día. Un dato interesante es que hay más varones con este problema de lo que se pensaba. Aun así, es más habitual entre las adolescentes. [Por esta razón, nos referimos a las víctimas de este trastorno con el género femenino. No obstante, los principios analizados en este artículo son válidos para ambos sexos].

“AUN EN LA RISA EL CORAZON PUEDE ESTAR CON DOLOR.” (Proverbios 14:13)

Pese a presentar un perfil tan diverso, algunas víctimas parecen tener ciertas características comunes. Una enciclopedia sobre jóvenes indica: “Los adolescentes que se provocan lesiones suelen creerse desamparados, les cuesta abrirse a los demás, se sienten aislados y, además, tienen miedo y poca autoestima”.

Tal vez alguien diga que esta descripción coincide con la de cualquier joven que se enfrenta a los temores e inseguridades propios del desarrollo. Pero lo cierto es que, para los afectados por este trastorno, la lucha es mucho más intensa. Al ser incapaces de expresar y transmitir sus conflictos internos a alguien de su confianza, se sienten abrumados por las presiones escolares, las exigencias laborales y los problemas familiares. No ven una solución y creen que no tienen con quién desahogarse. La tensión se vuelve insoportable. Y entonces, un día hacen un descubrimiento: si se lastiman físicamente, alivian hasta cierto grado su ansiedad y parece que pueden continuar con su vida... al menos por el momento.

Pero ¿por qué recurren al dolor físico para liberar su angustia? Para entender mejor por qué lo hacen, imagínate que estás en la consulta médica a punto de recibir una inyección. ¿Nunca te has pellizcado o te has presionado la piel con la uña para distraerte y no notar el pinchazo de la aguja? La persona que se lesiona hace algo parecido, pero a un grado mayor. Cuando se corta, se distrae y no nota tanto el “pinchazo” de la angustia. El dolor físico le resulta más soportable que sus sentimientos de angustia. Tal vez esto explique por qué una víctima definió el acto de cortarse como el “remedio para [sus] miedos”.

“EN REALIDAD, ESTOS JOVENES INTENTAN PONER FIN A SU DOLOR, NO A SUS VIDAS”

-------------------------------------------------
“Un mecanismo de control de la tensión”


Para quienes no estén familiarizados con este trastorno, la autolesión puede parecer un intento de suicidio. Pero por lo general no se trata de eso. “En realidad, estos jóvenes solo intentan poner fin a su dolor, no a sus vidas”, escribe Sabrina Solin Weill, editora ejecutiva de una revista para adolescentes. De ahí que cierta obra de consulta denomine a esta práctica “una estrategia de ‘supervivencia’ y no una manera de escapar de los problemas”. También la llama “un mecanismo de control de la tensión”. ¿Qué tipo de tensión?

Se ha descubierto que muchos jóvenes que se lastiman deliberadamente han sufrido algún trauma durante su infancia, debido tal vez a los abusos o al abandono. En otros casos, el factor desencadenante son las dificultades familiares o el alcoholismo de uno de los padres. En ocasiones, el problema también puede deberse a un desequilibrio mental.

Pero estas no son las únicas causas. A Sara, por ejemplo, la dominaba lo que ella misma describe como un feroz perfeccionismo. Aunque había cometido varios errores graves y había recibido la ayuda de los ancianos cristianos, se atormentaba por sus faltas diarias. “Creía que tenía que ser estricta conmigo misma —explica—. Y lastimarme era una manera de disciplinarme. Mi ‘disciplina’ abarcaba arrancarme el pelo, cortarme las muñecas y los brazos, golpearme, causarme fuertes moretones e imponerme castigos como meter la mano en agua muy caliente, quedarme en la calle sin abrigo un día de mucho frío o pasar un día entero sin comer.”

En el caso de Sara, su comportamiento autoagresivo manifestaba el profundo odio que sentía hacia sí misma. “Aun cuando me daba cuenta de que Jehová había perdonado mis errores —cuenta—, yo no quería que lo hiciera. Me odiaba tanto que pensaba que merecía sufrir. Sabía que Jehová nunca concebiría un lugar de tormento como el infierno de la cristiandad, pero deseaba que inventara uno solo para mí.”

------------------------
“Tiempos críticos”



Quizá haya quienes se pregunten cómo es que esta escalofriante práctica se conoce tan solo desde hace unas décadas. Los estudiantes de la Biblia sabemos que estamos viviendo en “tiempos críticos, difíciles de manejar” (2 Timoteo 3:1). Por eso, no nos sorprende que algunas personas —entre ellas jóvenes— se comporten de un modo que cuesta entender.

VIVIMOS EN: “TIEMPOR CRITICOS, DIFICILES DE MANEJAR” (2 Timoteo 3:1)

La Biblia reconoce que la “opresión puede hacer que un sabio se porte como loco” (Eclesiastés 7:7). Las dificultades de la adolescencia —acompañadas a veces de experiencias traumáticas en la vida— pueden fomentar una conducta dañina, que incluya la autolesión. La joven que se sienta sola y que crea que no tiene a nadie con quien hablar puede acabar haciéndose cortes para encontrar alivio. Pero el alivio que pueda lograr de este modo no dura mucho. Tarde o temprano, los problemas surgen de nuevo, y con ellos la costumbre de hacerse daño deliberadamente.

Quienes padecen este trastorno por lo general quieren dejarlo, pero les resulta muy difícil.

PARA PENSAR

¿Por qué se lastiman a propósito algunos jóvenes? Tras leer este artículo, ¿se te ocurren formas mejores de controlar los sentimientos de angustia?